martes, 10 de noviembre de 2015

México, parte II: Cancún y Riviera Maya


La mañana del 25 de agosto la delegación estaba lista para partir hacia Cancún. Hablo de delegación porque entre los pasajeros se encontraban los papás de Michelle, su prima y su abuela, además de Michelle y quien les habla, claro. Llegamos al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, hicimos el check-in de la aerolínea mexicana Volaris y nos encaminamos a la sala de embarque.

 El vuelo de dos horas transcurrió sin sobresaltos y, llegando a destino, se podían divisar las turquesas aguas del caribe por la ventanilla del avión. Al pisar tierra firme, Cancún nos recibió con una tarde nublada y con un calor húmedo y sofocante. Saliendo del aeropuerto, el transporte nos esperaba para llevarnos a nuestro hotel: Barceló Tucancun Beach. Mi primera experiencia en uno de estos hoteles con todo incluido me tenía un tanto emocionada.

Dejamos los bolsos en nuestras respectivas habitaciones y nos dirigimos a uno de los restaurantes del hotel para tener un almuerzo tardío. Una vez satisfechos, nos propusimos aprovechar el mar a nuestra frente. La famosa “invasión de algas” no era un impedimento, se acumulaban en la orilla y una vez pasada esa parte se podía disfrutar del agua tranquilamente. Además, se trataba de algas secas, que no molestaban ni se pegaban al cuerpo. Disfrutamos también de la piscina del hotel, con el bar estratégicamente ubicado a su lado.



Cada noche, en el salón de eventos del hotel había un espectáculo diferente, y ese día, a modo (casual) de recibimiento, había un show mexicano. Un buen número de hombres y mujeres bailaron danzas típicas de diferentes estados como Veracruz, Jalisco y Chiapas, con vestimentas muy bonitas y coloridas. Luego de observar todo el espectáculo, y tomar algunas piñas coladas, volvimos a nuestras habitaciones para descansar.

Al día siguiente decidimos alquilar un auto para poder ir a Xcaret, un parque eco-arqueológico muy famoso por esos lares. Este parque se encuentra a la altura de Playa del Carmen, y hacia allí partió el grupo. Pasamos toda la tarde recorriendo este enorme parque que cuenta con playas, ríos subterráneos y animales varios como tortugas marinas, tiburones, delfines, guacamayos y flamencos. La frutilla del postre es el show que tiene lugar al final de la tarde en un gran estadio cerrado con tribunas a su alrededor. Allí, decenas de actores, acróbatas y bailarines cuentan la historia de México, desde sus inicios con las civilizaciones prehispánicas, pasando por la llegada de Hernán Cortés y llegando a nuestros días, con danzas típicas de casi todos los estados mexicanos. Una vez terminado el show emprendimos la retirada, cansados pero muy satisfechos con el paseo.




Como llegamos tarde para la cena en el hotel, fuimos al centro de Cancún para conocer la vida nocturna y comer algo. Entramos a un bar llamado “Carlos n' Charlie's”, ubicado justo al lado del famoso antro (boliche) “Coco Bongo”. Se trataba de un bar con un ambiente muy particular y animado. Por empezar, había banderas de todas partes del mundo que colgaban del techo, incluida una de Argentina y, más aleatoriamente, una de River Plate. Por otro lado, todos los meseros (mozos) eran de sexo masculino y jóvenes, y todos usaban un pañuelo o bandana en la cabeza. Eventualmente se ponían a hacer algunos pasos de baile y a cantar al son de alguna canción, muy festivo todo. La comida y la bebida tampoco estaban mal. 

Al día siguiente volvimos a la ruta, esta vez para dirigirnos hacia Tulum, 128 km al sur de Cancún. Allí se encuentran las ruinas de una ciudad amurallada de la cultura Maya, en las costas del mar caribe y dentro del Parque Nacional Tulum. Al llegar al parque y salir del auto nos invadió un calor sofocante causado por un sol letal. Encaramos directamente para los puestos de recuerdos a comprar sombreros, o de lo contrario, moriríamos calcinados. Ya mejor preparados fuimos a conocer las famosas ruinas.



Tulum es el sitio más emblemático de la costa de Quintana Roo, debido a su ubicación privilegiada y la excelente conservación de sus construcciones y pinturas murales. Muy cerca de las ruinas, después de bajar unas escaleras, se podía llegar a una playa donde los turistas acalorados como nosotros se refrescaban y disfrutaban del maravilloso paisaje. Allí nos quedamos un buen rato, y hasta recibimos la visita de tres iguanas curiosas y hambrientas.  Llegó entonces el momento de volver a Cancún y al hotel.

   
                                                                      

El cuarto día decidimos quedarnos en el hotel y disfrutar de sus instalaciones y servicios. Con Michelle y su prima nos asoleamos en la piscina, nadamos en las calmas aguas del mar caribe y luego opté por dedicarme un poco al deporte. No dudé en anotarme en un pequeño torneo de Ping Pong organizado para los huéspedes del hotel. Aunque no avancé mucho en la competición, fue divertido y recordé viejos tiempos en los que jugaba seguido. Más tarde se armó partido de Beach Voley y ahí estaba yo, integrando uno de los equipos de voleibolistas amateurs. No recuerdo el marcador final, pero qué importa eso cuando se está jugando sobre las blancas arenas de Cancún.

Por la noche había cena a la carta en uno de los restaurantes del hotel, llamado “Claraboya”, y la especialidad serían los pescados y mariscos, ¡riquísimo! Me gustaría acordarme de los elegantes nombres de los platos, pero es imposible, así que me limitaré a contar que comí papa rellena y camarones como entrada y un rico salmón como plato principal. Originalmente el salmón venía acompañado de “salsa diablo”, imagínense lo picante que podía llegar a ser. Por supuesto, pedí expresamente que la salsa endemoniada fuera excluida del plato. Después de degustar algunos postres, nos quedamos deambulando por el hotel hasta que ganó el cansancio y caímos rendidos en nuestras camas.

¿Ya llegó el ultimo día? ¡¿Tan rápido?! Dicen que lo bueno dura poco, y nuestra bella estancia en Cancún llegaba a su fin. Comimos un desayuno bien completo y pasamos directamente al sector piscina para disfrutar de las últimas horas bronceándonos y viviendo la buena vida. Un par de horas más tarde el transfer nos fue a buscar para llevarnos al aeropuerto. El avión despegó rumbo al D.F. cuando el sol se ponía sobre el horizonte, Cancún quedaba atrás pero los recuerdos serían para siempre.